sábado, 1 de noviembre de 2014

Poemas de Leandro Llull


Hace poco participé de un concurso de poesía organizado por el Fondo Nacional de las Artes, vaya a saberse porque uno conserva ilusiones, los poemas fueron leídos por Diana Bellesi, Laura Wittner y Fabian Casas, nada menos, siempre pensé lo bueno que sería recibir una mención, para luego tratar de hilvanar desde una periferia el resignado trance de quienes no ocuparán un lugar en la memoria, los hermosos perdedores de la literatura, aquellos que escriben sin publicar, condenados a seguir siendo, subsumidos bajo los mendrugos del más absoluto de los anonimatos, la invisible entidad de los que callan.

Esto viene a cuento con los descubrimientos literarios que cada tanto ocurren, mismo Borges alguna vez expresó, con motivo del enésimo Nobel negado, que alguna vez le hubiera gustado  ser descubierto, es un sentimiento invariable, que atraviesa el anhelo de muchos escritores. El concurso lo ganó un interesante poeta, Leandro Llull, rosarino, nacido en 1983, quien alguna vez dijo: "Creo que escribo por una incomodidad. Pero la incomodidad más grande está en la lengua, por esa relación de prohibición y permiso para decir cosas. Leer y escribir es algo cotidiando y tiene que ver con un deseo", un tipo que escribe como si narrara lo detenido del tiempo, donde todo aquello que lo rodea cobra sentido, donde parece haber al final de las palabras una tensión sin resolver, como sea, bienvenidos sean los concursos cuando se hacen visibles los buenos poetas.

A modo de posdata, Leandro Llull participó en el libro La lengua en soledad, incluido en la obra colectiva Prueba de soledad en el paisaje (Mansalva, 2011), aquel interesante proyecto denominado Estación Pringles, diseñado en base a una idea de Juan L. Ortiz, basado en una experiencia de creación poética en contrastación con la llanura pampeana, donde cuatro jóvenes poetas convivieron durante cuatro semanas en el Espacio Quiñihual, situado en un paraje rural a 550 km. de Buenos Aires. Entre esos 4 estaba Leandro Llull, junto con el poeta mexicano Inti García Santamaría, el chileno Christian Aedo y la argentina Valeria Meiller, aquí, tres poemas de aquel libro:


EN EL CONFÍN un azul sin nubes
y tu pecho estremece
en pozo tan hondo.

Hay la espesura que le habla al alma
y el sol más lejos del día.

A las cosas,
. . . . . . . . . . ¿para qué mirar?

¿A qué abrir
abismos?

¿Por qué no
. . . . . . . . . . los ojos del cuis
cuando en dos patas se para
y hacia el cielo mira?

- - -

¿PUEDE EL GRITO DE LA TIJERETA
solitario cruzar el cielo
y tejer esta camisa en llamas
que arde en el pecho sin motivo?

Es tu corazón al acecho, los oídos de la liebre
que el paisaje te ha prestado,
la cacería del alma que lee
donde nunca nadie ha podido.

- - -

PENSAR QUE UN DÍA TODO ESTO ESTUVO EN OTRO LADO.
Entre dos manos
una alianza tramó el exterminio.

"Gran-Macá" le decían al hombre que defendió la tierra.
Murió enrollado como un tatú
por aguantar el palo.

Hubo un tiempo en que se acariciaban los pastos
como el primer pelo en la cabeza de un niño.

Pensarlo ahora.

Hacerse la imagen.

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